Ríen, se contradicen, se corrigen y vuelven a reír. La complicidad, el respeto y amistad que las une es tan fuerte como la rompiente de las olas en el mar y no es para menos. Ana Lobato y María Di Prinzio se acompañan día a día desde hace 50 años.
Corría el año 68 cuando sus esposos, Alberto Di Prinzio y Norberto Bandi trabajaban juntos para la empresa Lisotto SA en la ciudad de Quilmes y a través de ellos, María y Ana se conocieron y comenzaron a tejer lazos.
Cuatro años después la empresa le pide a Di Prinzio que como mecánico viajara a La Costa para atender la maquinaria y realizar un trabajo de unas pocas semanas. La firma había ganado una licitación en General Lavalle y se había comprometido a realizar 14 cuadras de asfalto en San Clemente en alrededores de la Plaza Pereira y 14 cuadras en Santa Teresita en calle 27 y en calle 3.
Las semanas fueron pasando, las obras se fueron ampliando, se abrió una oficina y se necesitaba a alguien que administrara la empresa. De inmediato, Norberto Bandi fue llamado para que ocupara el cargo. A la semana siguiente, viendo que el trabajo no acabaría en breve, aquellos jóvenes hombres deciden traer con ellos a sus respectivas familias y en medio de la noche del 12 de marzo de 1973 llegan a La Costa junto a sus pequeños hijos, Marcela Bandi, entonces de 9 meses y hoy residente en Canadá luego de tener que irse por la crisis de 2001, y Daniel Di Prinzio, de 2 años.
“Hasta que nació mi hijo Ariel, me la pasé yendo y viniendo de Lanús a La Costa pero luego de su nacimiento me instalé definitivamente en Santa Teresita”, cuenta Ana Lobato. Años después, los Di Prinzio tuvieron dos niños más que sí nacieron en la Costa, Gabriel, en la Clínica San Bernardo, y Nicolás, en la Clínica Santa Teresita. Hoy Nico se destaca como cheff en España.
María y Alberto, de nacionalidad italiana, poseen el mismo apellido y rápidamente Alberto, quien participa de la charla, aclara: “No somos primos, ni nada que se le parezca. En Italia el apellido Di Prinzio es como llamarse acá Pérez o García”. La empresa contratista se encargó del alquiler de dos departamentos ubicados en 2 y 38. “Cuando vinimos no había nada, era un desierto. Ni tele teníamos. Los departamentos estaban pegados y recuerdo por las noches haciéndonos bromas golpeando la pared para comunicarnos”, dice riendo María.
Ni los vientos, las escarchas, ni aquellos caminos entre barriales que se tornaban muchas veces intransitables, fueron motivos de queja de estas dos mujeres con niños pequeños e inseparables de sus maridos. Todo lo contrario. Recordar les trae alegría. Para llegar a San Clemente el camino era todo serruchado entre arena y tierra y si llovía se convertía en lodo, provocando que la mayoría de los vehículos quedaran encajados por horas esperando ser rescatados por alguna mano amiga que pasara por el lugar. “Nosotras íbamos junto a toda la familia en una camioneta y si el camino estaba feo y había bajamar, íbamos por la playa y subíamos al monte en San Clemente. Allí los hombres cazaban liebres que después traíamos para comer.
También aprovechábamos para llevar a los chicos a que los vea el Dr. Juan de Jesús para los controles. Muchas veces, tanto allá como en Santa Teresita, nosotras llevábamos a los chicos envueltos en frazaditas mientras nuestros maridos pescaban desde el muelle. Que bien la pasábamos”, cuentan entre las dos. “Todos los domingos durante la temporada nos íbamos a la playa, hacíamos el asadito y nos quedábamos desde la mañana hasta la noche. La verdad no sé cómo aguantábamos”, dice María mientras muestra la foto de sus 4 nietos. Años después, la familia Bandi se mudó sobre la calle 28 entre 4 y 5 y cuando los niños salían de la escuela tomaban sus bicicletas y junto a Ana iban a visitar a María y sus hijos en calle 33 y 10. Como todo a su alrededor era monte, se hacía más fácil captar las señales de televisión aunque tuvieran que colgarse girando la antena hasta escuchar el “Ahí, ahí, pará, pará”.
Ana donde vivía no tenía esa posibilidad, por lo que regresar a su casa era un drama para los niños. “Cada vez que íbamos, mi hijo volvía llorando y pedía por favor irse a lo de la tía María”, recuerda Lobato riendo y se le vienen a la mente sus tres nietos. Como buenas y viejas amigas cuando una dice algo la otra la contradice, se retrucan y vuelven a ponerse de acuerdo. Se complementan, se respetan y saben que desde hace cinco décadas cuentan una con la otra.
El 28 de agosto de 1988, María Di Prinzio, junto a su esposo y otras familias de la segunda etapa de pioneros de Santa Teresita (los llegados a finales de los 60 y principios de los 70), fundaron el Círculo Italiano manteniéndose en la institución durante 22 años. María, años después, propuso ante la Comisión Directiva los nombres de Norberto Bandi y su amiga Ana. Luego vendría la fundación del Hogar de Ancianos y más tarde la Escuela del Circulo Italiano, de la cual Ana aún forma parte de la CD mientras María continúa como voluntaria en el Hogar de Ancianos.
Ellas no necesitan una excusa para encontrarse, charlar y salir a almorzar o tomar un café solas o con un grupo de amigas. Ser tolerante y respetarse es el secreto de la amistad entre ellas. “Lo que yo hago mal ella lo perdona y lo que ella hace mal yo lo paso por alto. Es la única manera de llevarse bien. Lo más lindo en la vida es tener una amistad como la nuestra”, afirma Ana. “Somos compañeras de toda la vida”, concluye María.
Dicen, por ahí, que los amigos son la familia que uno elige y estas adorables mujeres sí que supieron elegirse.
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