Sábado 23 de noviembre de 2024
09 APR 2017 - 12:00 | Opinión

Camino a la Pascua

“Se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz” (Flp 2,8)

El próximo viernes, cuando sea viernes Santo, en la celebración que haremos a las 15 en el templo parroquial de Nuestra Señora de los Dolores, nos acercaremos a adorar la Cruz del Señor. Es bueno recordar por esto, que los católicos solamente adoramos la presencia de Jesús en la Eucaristía (en la hostia como se la conoce) y en la Cruz. Los católicos no adoramos imágenes, ni nada parecido. Cuando veneramos una imagen, lo hacemos como quien tiene una foto de un ser querido y lo recuerda teniéndolo presente en todo momento. Vale abrir una billetera  y descubrirlo. Todos tenemos alguna foto de un ser querido. Sea una estampa o una foto carnet. Y no por eso creemos que la foto es la persona. La foto no recuerda, nada más ni nada menos, a la persona amada. 
 

Así es entonces, que adorar no es lo mismo que venerar. Adorar significa reconocer en la Eucaristía y en la Cruz un modo de presencia de Dios. Un modo de presencia distinta a la presencia física, pero no menos real. La única limitación es la fe. Quién no tenga fe no podrá descubrir el modo de presencia de Jesús tanto en la cruz como en la Eucaristía.  

 

Cuando nos acercamos a la Cruz, para adorarla, nos presentamos ante Él para dejar en su presencia todo el orgullo del mundo y nuestro orgullo personal. Para volver a revestirnos de la humildad de Cristo. Para quedar así, perdonados, renovados. Esto lo podemos afirmar porque la misma escritura lo dice: “El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz.” (Flp 2, 6-8)

 

Se humilló a sí mismo, no humilló a los hombres. Él cargó el peso del orgullo y la soberbia. La Cruz significa eso. Él la venció desde el interior, no desde el exterior. 

 

Quienes podamos acercarnos a la Cruz podremos ver, con la ayuda de la Gracia, el significado que tiene. Pero hubo una persona que pudo ver toda la realidad. Todo el peso, toda la vergüenza, y todo el dolor que significa. Esa persona es su Madre. Ella ha saboreado el significado de la Cruz, la ha probado con una violencia extrema. Le ha tocado acompañar a su hijo en la misión que recibió de Dios Padre. 

 

La Cruz es la tumba del orgullo humano. En ella han sido vencidas todas las pesadas cargas que heredamos los hombres de modo misterioso y llamamos pecado original. Es esa fuerza que vive dentro nuestro y no nos deja ser libres. Es ese orgullo que tanto nos cuesta dominar y que tanto nos hace sufrir y que tanto hace sufrir a los demás.

 

Esta es la novedad absoluta que Jesús nos quiere regalar. Él es el principio de una nueva humanidad. Ya no esclava de esa “fuerza” sino liberados y por lo tanto, felices. La soberbia, como la rebeldía a Dios, ya no nos pertenecen. Eso corresponde a la muerte que, desde Cristo, ya no vive en nosotros. Recibimos el Bautismo y eso significa que Dios vive en lo más profundo de nuestro corazón. Corazón, en donde se debate la muerte (el orgullo, la soberbia) o la vida que Él nos alcanzó. 

 

Por esto, es necesario acercarse el viernes Santo a ofrecerle “el cuerpo de mi orgullo”, para que Él pueda destruirlo como lo hizo una vez para siempre en la Cruz. La soberbia es el camino que conduce a la desesperación, porque significa no aceptarse como realmente uno es. La psicología mucho ha aportado a esto, ya que grandes autores afirman que muchos pacientes sufren porque no aceptan la cuota de humildad necesaria para liberarse de sus sufrimientos. Sufrimientos que no nos dejan pedir ayuda y creyendo que podemos resolverlos solos, producen la peor de las consecuencias.

 

El orgullo es una máscara que no nos deja ser verdaderos. La misma palabra humanidad significa esto; homo y humilitas derivan de humus. Significando tierra, suelo. ¿Cuánto sufren los hombres debido a que otros le hacen sufrir su soberbia? Cuanto sufrimiento es repartido a causa de la falta de humildad. Desde inútiles guerras, la pobreza, la prepotencia de los más violentos sobre los inocentes y débiles. ¿Cuántas mujeres son víctima de la violencia de varones que abusan de su mal llamada “hombría”? ¡Cuánto sufrimiento nos provocamos unos a otros con nuestro orgullo, cuantas lágrimas son producidas por él!

 

Creemos en un Dios que se llama a si mismo: “paciente y humilde de corazón” (Mt 11,29) Solo en la humildad de Cristo, podremos construir una vida nueva donde sea posible otro tipo de relaciones que no se manejen por medio de la soberbia y el orgullo. La vida familiar, el matrimonio Cristiano, la relación en el trabajo, la amistad. Tantos momentos que podrían ser distintos, tantas relaciones que podrían disfrutarse en vez de padecerse. ¡Necesitamos a Jesús en nuestras vidas! Él no es un agregado desde afuera de mi vida. Él es el único capaz de trasformar mi corazón y liberarme de tanto dolor. 

 

Los católicos miramos a María a los pies de la Cruz y le pedimos a Ella, que supo ser la “humilde servidora del Señor” (Lc 1, 38) que nos alcance el regalo de dejar a los pies de la Cruz de su Hijo, este viernes Santo, nuestro orgullo, nuestra soberbia y descubrir la verdadera vida. Vida nueva que Dios te quiere regalar. No te la pierdas. Acércate con confianza a la Cruz. Ofrecele el peso de tu orgullo, la carga del rencor, la espina de la soberbia y Él te hará vivir la Vida que te quiere regalar. ¡No te la pierdas!

 

Hasta el domingo que viene, donde celebraremos la Pascua de Jesús. ¡Su muerte y resurrección!