Y nos acostumbramos, descubrimos: hay algo mágico en no vérnoslas. La cara, terminamos de aprender en estos meses, es la persona. Sin caras no sabemos quiénes somos, quiénes son; sin caras somos casi impunes. Sin caras no nos vemos: nos intuimos, nos suponemos, nos buscamos en lo poco que hay. Surge el secreto y sus derivaciones, la amenaza, la labia de quien calla. Ya lo saben los machistas musulmanes, que quieren dominar a sus mujeres, y sus mujeres, que saben dominarlos: ellos las obligan a esconder y ellas al no mostrar sugieren, convierten sus pelos encubiertos en una forma del misterio, los burlan, los enredan. Durante más de un año, nuestras caras fueron tan esquivas como el pelo de las mujeres musulmanas, escondidas detrás de la máscara –y quizás algún día lo recordemos con nostalgia.
Recuerdo ahora un ejercicio que les pedía a mis alumnos de radio en la facultad de Comunicación en Buenos Aires, 1988: que contaran una historia sin palabras, solo con sonidos. Las máscaras fueron, a su manera, eso: contar sin lo más evidente, ver todo salvo lo que siempre. Mirar por la calle personas y no saber qué había en su faz y, por lo tanto, cambiar la interfaz; quedarse sin sonrisas fue tanto peor que sin abrazos: aprendimos a sonreír sin bocas. Sonreír con los ojos es sonreír en serio, más allá de la mueca: durante todos estos meses pudimos, supimos, nos esforzamos y lo conseguimos. O no, según las veces.
Y fue atractivo mientras duró y fue espantoso mientras duró: la máscara es, como casi todo, insoportable. Es duro portar su cruz, su culpa, su pasado; es un coñazo portar siempre una máscara. No es difícil: es solo insoportable. Y como es insoportable nos pasamos más de un año soportándolo y ahora vamos a empezar a terminar de soportarlo. Mostrar la cara solía ser muy banal y es, ahora, una victoria: la libertad será mostrarla.
Porque la peste nos mostró tantas cosas que no queríamos ver –y ocultó las que sí. Las caras se habían vuelto pura aspiración: producto de interiores o, más aún, de la pantalla. Por la peste, fueron un bien raro: veíamos muy pocas, debíamos prestarle a cada una la atención debida. Pero eso –por ahora– se acabó: las calles se llenarán de ellas, volveremos a un mundo de abundancia. Vuelve la sociedad del despilfarro: cada vereda o acera o calzada va a ser, de nuevo, remolino de caras y, poco a poco, nada de eso importará y habremos olvidado.
Y, una vez más, tener lo que deseábamos será no tener nada.
07 de julio. Tres que perforan desde el centro. Manes, Monzó y el Primo Jorge. Para la megalomanía del Fenómeno, los que lo impugnan apenas son “mandriles”.
26 de junio. “Guerra (satírica) de los 12 días”. Bibi arrastra al Imperio en la destrucción de su causa, aunque transformada, por pura presión, otra vez, en epidemia global.
19 de junio. De política presa a presa política. ¿Y si de pronto hay que devolverle a La Doctora la banda, como a Lula?
12 de junio. El “compañero de vida” como “Nestornauta”. ¿Sabía La Doctora que El Furia era tan admirable para recaudar? “Revolucionar y recaudar”. La consigna puede reducirse.
09 de junio. Como Manes y Monzó, el Primo Jorge también se obstina en armar el “centro”. De ser el Automóvil Club de Milei, el PRO logró transformarse en un delicioso Cabsha. Un Garoto de Brasil.
02 de junio. Si Trump se resfría Milei toma el paracetamol. Estados Unidos de Trump se comporta como si la Argentina de Milei valiera la pena. El riesgo estético es político.