03/04/2019 | Noticias | Opinión

Claves del íntimo exterminio, la nueva columna de Jorge Asís

El prestigioso escritor, ensayista y periodista analiza a Mauricio Macri. "La hazaña de ser el único Presidente que puede perder su propia reelección".


Previa
Cadena del fracaso
El agotamiento político del Tercer Gobierno Radical -que preside Mauricio Macri, El Ángel Exterminador- coincide con el agotamiento de sectores mayoritarios de la sociedad.

Los que ya no aguantan justificaciones del estilo: “No hay soluciones mágicas. No hay atajos. Este es el único camino”. Para arrastrarlos, a la bartola, hacia el precipicio.

“En la Argentina todo termina invariablemente mal” (sentencia del director del portal). El TGR no tiene motivos para ser la excepción. Ni terminar mejor. Puede anotarse como otro eslabón de la infinita cadena del fracaso.

Un presidente, cuando va por su propia reelección, siempre la gana. Tiene que ganar. Lección básica de la historia contemporánea. Juan Perón, Carlos Menem y La Doctora.

El control del Gorro Frigio consigue que la acción elemental de cualquier gobierno se transforme en acto de campaña electoral, financiada por el Estado.
El simbólico Gorro Frigio se encuentra a disposición del que gobierna. En este caso el Ángel.

Sin el menor reparo se anuncian los cientos de cintas de las obras que van a inaugurarse durante la campaña. Aunque las obras no se hayan terminado, pero posibilitan un acto para televisar.

La alteración de roles pasa inadvertida. Sin ir más lejos, el Ángel se detuvo en referencias electorales hasta en el discurso de homenaje a los aturdidos Reyes de España. Fue en la cena oficial, presentada como gala. A nadie le pareció mal, ni se tomó como un desborde injustificado. En tiempos de campaña vale todo. Y cualquier gobernador, que vaya por la propia reelección en la provincia, actúa igual.

Pero Macri puede ser el primer presidente que pierda su intento de reelección. Aunque tenga la cancha inclinada a su favor. Y aún no se sepa contra quién va a competir.

La pólvora argumental, por la carga de la brigada ligera del fracaso, está empapada. Pero sirve para utilizarla exclusivamente contra La Doctora.
Ella mantiene sus guarismos, así aparezca a diario en los medios como una asaltante de caminos. Y hasta crece algunos puntos que atormentan. En desmedro de la imagen presidencial que se derrumba. Hasta invocar misericordia.

Un gobierno virtual
El Ángel, en gran medida, encabeza un gobierno virtual. Cargado de palabras, multiplicados slogans, justificaciones insustanciales que cansan.
Pero tiene sus baluartes que preparan los lineamientos estratégicos del próximo gobierno macrista, para el periodo 2019/ 2023.

Mario Quintana, Luz de Mis Ojos I, en su regreso de la mano de la señora Carrió, La demoledora, se ocupa personalmente de tan altiva ficción. Para entusiasmar a los propios con la visión del futuro. Y cederles migajas de fe, en la epopeya de circuito cerrado. Es donde también el Ángel los congrega para darles ánimo. En una graciosa exhibición de calentura y fervor.

Mientras tanto Pancho Cabrera, El Seductor Maduro, se dedica a juntar monografías de las distintas fundaciones de pensamiento. De los gastados propios, como la Fundación Pensar, o de nucleamientos aliados. Para darle mayor virtualidad a los proyectos que faltan. A las reformas que, hasta ahora, no se pudieron ni mostrar, y que aguardan el pito sagrado del segundo mandato.

Lo que crece, en especial, es la impotencia. La incapacidad para modificar la situación adversa, más allá de las inocentes explicaciones que los legitimen ante la indiferencia de la posteridad.

“Es el único camino, no hay atajos”, como dice el Ángel, que los conduce virtualmente hasta estrellarse contra el paredón. Para responsabilizar, en todo caso, al mundo. Siempre aparece un Plan Tequila que salve.

El Ángel Exterminador se resiste a aceptar las claves del íntimo exterminio. Y cuesta atreverse a decirle que lo suyo no da para más. Que no lo salva ni un Plan V. Y que deja, incluso para sí mismo, la peor herencia.

El pasado les pertenece
“Se puede perder por tres razones”, confirma el analista adaptado a la virtualidad de Cambiemos. “Primero se pierde porque la economía va a estallar, y el dólar se lo lleva puesto”. Para transformarse, después de tanta jactancia, en otra anécdota banal de la historia. “Segundo porque el peronismo va unido. Tercero porque Cambiemos, como conglomerado, se rompe”.

O por la suma de las tres razones juntas. Mezcladas.

Pero la que trasciende es la primera, por la memoria temible. Imposibilidad de superar la tragedia económica.
La pobreza no es una miserable cuestión de cifras que les produce dolor a los comunicadores de rostro circunspecto, una vez por mes.

Es una poderosa fuente de resentimiento que aún no supera la tradicional mansedumbre del argentino medio. Ese pobre que aguanta y no tiene siquiera esperanzas. Carece de iniciativas, incluso, hasta para rebelarse.

“El argentino no quiere volver al pasado”, explica el Ángel, a veces El Pibe de Oro. Sin darse cuenta ambos que el pasado, con perversidad, los adoptó. Los ocupó.
Los contiene. Le pertenecen.

La utopía del peronismo unido
Menos que un deseo o un susto, el peronismo unido es una utopía.

Consta que los peronistas son todos cuestionables. Pero la suma de todas las cuestionabilidades lo tornan el movimiento más apasionante para ser estudiado.
No existe el líder peronista que pueda juntar la totalidad de los fragmentos que suelen derivar en potenciales disidencias o admisibles traiciones.

Hoy avanza el peronismo desde dos carriles identificables. El acercamiento entre sectores de la estructura oficial, la “cáscara” del Partido Justicialista, con el frepasito tardío de La Doctora, bautizado Unidad Ciudadana.

Por otra parte, están las diferentes versiones del Peronismo Perdonable. Que mantienen sus disidencias con respecto a La Doctora.

Se la debe ignorar o combatir, como proponen, con sus matices, Juan Manuel Urtubey, El Bello Otero, o Miguel Pichetto, El Lepenito. Y en cierto modo Roberto Lavagna, La Esfinge, o Nuestro Adenauer, con sus gremialistas septuagenarios y octogenarios que conforman la eterna Juventud Sindical.

O si se debe llegar a un “acuerdo superador”, con el objetivo de estructurar una “nueva mayoría”. Palabras de Massa, El Profesional de la Franja.

Olímpica, La Doctora muestra dosis de su simulada inteligencia y cierra alianzas en las provincias. Y hasta se le rinde en Córdoba, a Juan Schiaretti, que asoma como El Aleph del peronismo.

Claves del íntimo exterminioEl punto borgeano donde convergen todos los puntos. Schiaretti es el político peronista donde convergen todos los proyectos políticos del peronismo, que tal vez lo prefieren precipitadamente para 2019 y no para 2023.

Pero Córdoba no perdona las jugadas combinadas.
Mientras tanto La Doctora prolonga lícitamente su decisión. Ser candidata o no. Tema que se ventila en todas las mesas y mantiene la atención estricta, ideal para exhibir la tenaz centralidad, en plena adversidad.

Acumula procesamientos de Bonadío para coleccionar y enfrenta dramas sentimentales de teleteatro mejicano pero real. Como el de Florencia, su hija artista, de pronto transformada en una vulnerabilidad de su existencia que le produce aguijones de culpa.

También tiene La Doctora varios candidatos para elegir en su frepasito. Dependen, en exclusiva, de su decisión final.

Desde Agustín Rossi, Ex Chivo, hasta Felipe Solá, Máximo Cuadro Felipista.

Aquí debe consignarse también la insistente ambición de Daniel Scioli, Líder de la Línea Aire y Sol. Pese a haber retrocedido, por razones apasionadas del corazón, asegura no conformarse con ser “un candidato a presidente”.

Quiere ser presidente. Aunque deba enfrentar, en elección interna, a la propia Doctora, circunstancia que nunca, en el fondo, se va a dar.

Scioli conserva, tal vez, un dejo de oculta revancha. Irritado desde cuando era el candidato al que apoyaban sin ganas. Cuando los muchachos de La Cámpora sostenían que “el candidato era el proyecto”. “Yo no me llamo Proyecto, cretinos”, protestaba. “Me llamo Scioli”.

De una Convención a otra
Que Cambiemos se parta, en cambio, no es una utopía. Ni siquiera es un augurio. Alfonsín y Storani. Dos apellidos que signan la historia, dos trayectorias emblemáticas, a las que debe sumarse la peripecia del Cachi Casella.

Consideran que el radicalismo, con más de cien años, se encuentra en condiciones morales de emanciparse. De recuperar su libertad ambulatoria y movilizadora, para presentar, en el interior del Colectivo Cambiemos, una candidatura que represente su progresismo voluntarista. Claves del íntimo exterminioPara confrontar con El Ángel, a través de Martín Lousteau, El Personaje de Wilde, acaso el radical más reciente.

O alejarse de Cambiemos y plegarse a otra figura que seduce al ADN radical. Lavagna, Nuestro Adenauer.

El suspenso se extiende hasta la próxima Convención, a celebrarse en abril, tal vez mayo. Puede marcar el declive de lo dispuesto, y agotado, en la Convención de Gualeguaychú. Derivó en la fundación de Cambiemos, que instaló al Ángel al poder, después de un meticuloso trabajo de orfebrería del hoy desplazado Emilio Monzó, El Diseñador.

Como aquel texto plagado de signos de admiración de Louis Ferdinand Celine, “De un Castillo al otro”, la peripecia radical oscila, también, desde una Convención a otra.


 


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