Despertó confundido y con la pata de Chiquito en la cara. Volvió a dormirse producto de la inhalación de monóxido de carbono y otra vez el perro lo despertó, pero ahora con golpes sobre su cuerpo e insistentes lamidas. Apenas logró abrir los ojos: una terrible pared de fuego y humo a centímetros de él. Chiquito, desesperado, buscaba la manera de hacerlo parar que saliera de allí. No lo logró y debió arrastrarlo.
Cuando Gabriel ya estuvo afuera de la casa consumida por las feroces llamas, el heroico perro volvió a entrar. El hombre estaba, casi desvanecido cerca de la vereda, llegó a ver cómo sacó a Lalo, un gatito de poco más de un mes que hacía tres semanas habían adoptado: lo llevaba en su boca colgando del pellejo del cuello y lo dejó al lado. Sus dos amigos ya estaban a salvo.
Todo ocurrió en la madrugada del jueves pasado en la localidad de Rafael Castillo, al sur del partido de La Matanza. Allí llegó el albañil luego de un largo día de trabajo en una obra, se recostó en la cama, prendió la tele y se quedó dormido. “En un momento sentí un ruido y vi que se cortó la luz, pero no le di bolilla porque cada tanto se corta. Y volví a dormir”, contó Gabriel Gómez sin darse cuenta entonces de lo que estaba pasando.
Cuando tenía tres meses, Chiquito fue adoptado por la hermana de Gabriel que ya tenía un pitbull, pero no aceptaba compañía. El hombre no dudó en llevarlo con él. “Yo vivía con un canichito que era un amor y enseguida se hicieron amigos. Aunque siempre lo cuidé muy bien y lo alimenté con lo mejor que podía, nunca me gustó eso de tener al perro en la cama ni darle besos todo el tiempo. Para mi era tenerlo bien cuidado, sí, pero durmiendo en su cucha y no en mi cama. Si hacía frío, lo dejaba en el sillón”, recuerda el inicio de la relación.
Su amor por los canes es desde siempre y cada vez que veía alguno en la calle se lo llevaba para buscarle un hogar. “No resisto ver a un animal sufriendo, cada vez que puedo, porque no me sobra nada, lo ayudo o al menos le busco una familia que lo cuide”, asegura y se emociona al saber que pese a que nunca tuvo esa costumbre de “humanizarlos”, su perro se convirtió en su héroe y ángel guardián.
“Estaba afuera, en su cucha. No sé si fue su instinto o qué, pero se dio cuenta de lo que pasaba adentro y no tengo idea cómo hizo, pero se metió por un costado, donde había un ventanal, rompió parte del vidrio y entró. Me buscó. Intentó despertarme y como no pudo, me hizo caer de la cama. Ahí más o menos volví, pero no podía despertarme del todo pese a sus intentos así que me arrastró desde mi pieza hasta el comedor, no sé si con manotazos y lamidas, pero ahí me despertó. Cuando volví en mi, vi humo en todos lados, había olor y hacía mucho calor. Me despabilé del todo en ese momento y me di cuenta de que la casa se estaba prendiendo fuego... —traga saliva—. Intenté abrir la puerta y me quemé la mano porque ya todo estaba caliente y el techo comenzaba a caer...”, recuerda angustiado.
Agazapado para evitar los golpes de los escombros que caían, llegó al ventanal de la casa y vio que estaba destrozado. Supo entonces que Chiquito lo había roto para entrar. Luego le vio una pata lastimada... Desde ese lugar alcanzó a ver a los vecinitos del barrio que a esa hora, imitando al Dibu Martínez, jugaban a los penales. Entre ellos estaban sus sobrinos a quienes les gritó por auxilio.
“Corrieron a pedir ayuda, buscaron a mis hermanos, que viven a una cuadra, y comenzaron a salir los vecinos. Uno de ellos, con una silla rompieron todo el ventanal”, revivió. A los 40 minutos llegaron los bomberos que, según recuerda, “estuvieron unas tres horas para poder sofocar el fuego”.
“Fueron ellos los que me dijeron que si no hubiera sido por mi perro yo estaría muerto porque ese sueño raro que sentía era por el monóxido de carbono. Si él no despertaba, me quedaba ahí”, sufre pensando en el que pudo ser su triste final.
De golpe tiene un pensamiento positivo: “Por suerte no estaban mis hijos”, dice y se quiebra. Aún sin saber del todo cómo pasó, no deja de asombrarse por el rescate de película de Chiquito: “Es un perro de un año y medio, debe tener unos 40 kilos y no mide más de un metro desde la cabeza hasta la cola y 50 centímetros en sus cuatro patas. ¡No imagino la fuerza que hizo para sacarme! Aunque mido 1.70 y peso 52 kilos, el perro hizo una fuerza tremenda porque yo estaba en peso muerto y como no pude despertar del todo, ¡él me arrastró con su boca!”.
“Lo del gatito también fue asombroso. —cuenta—. Se quedó un rato conmigo y que volvió a entrar. Al rato sale con el gatito de un poco más de un mes en la boca, como si fuera su mamá, así lo sacó. El gato estaba en la cama, al lado mío, y cuando salió estaba despierto. No sé si quiso escapar y no pudo o si lloró porque esa es parte de lo que me perdí”, narra el rescate de Lalo, a quien había adoptado tres semanas antes luego de que lo cruzara en la calle y lo siguiera. “No podía dejarlo solito”.
Desde el trágico momento, Chiquito no se separa de él. Y cuando el fuego cesó vio que su casa quedó convertida en escombro y cenizas. “Toda mi vida se fue ahí. ¡No tengo más recuerdos! ¡Nada!”, dice y se quiebra.
Perderlo todo
La casa tenía tres habitaciones, un living comedor espacioso, la cocina, baño y ante baño. Construirla le llevó unos 20 años.
Allí estaban sus recuerdos: las fotos de la infancia de sus hijos, sus cosas de toda la vida, lo que le dejó su papá, lo que le quedó de sus hermanos también fallecidos.
A los 48 años, Gabriel debe volver a empezar, pero dice que ya no tiene ganas. Sufre tanta perdida porque lo que tenía en esa casa fue el producto de años de trabajo en changas, porque no pudo tener un empleo fijo en la construcción. Hizo de ese hogar el lugar donde tener a sus hijos y jugar con ellos cuando le toca estar juntos en la semana.
Le cuesta asumirlo, pero cada vez que mira lo que quedó no puede evitar apenarse y llorar. “¡Lo perdí todo! Me quedé con lo puesto, nada más...”, agrega.
Desde la noche de ese jueves, Gabriel duerme en la caja de un camión frigorífico. “Hay personas amigas y familiares que me ofrecieron un lugar, pero no puedo irme sin mi perro. No me dejó solo y no lo voy a dejar, si él no puede estar, yo tampoco”, asegura y cuenta que en ese contenedor no puede estar en el día debido al calor.
“Es de chapa, no puede entrar antes de las 2:00, pero es lo único que tengo. Por suerte hay gente que me ayuda. Dicen que todo vuelve y aunque no tengo mucho, siempre ayudo en el barrio. Los vecinos, los amigos y la familia siempre está. Me prometieron ayuda con ladrillos desde la municipalidad, para reconstruir la casa, pero aún no llegó nada”, dice.
Según supo, el incendio fue causado por un corto circuito que se produjo en la caja de ingreso a la casa que lleva la luz del cableado de la calle al interior de la vivienda y el ruido que escuchó fue la explosión.
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