Gustavo Carabajal, periodista de policiales del diario La Nación comparte con ENTRELÍNEAS aquellos recuerdos del Primer Pueblo Patrio que marcaron su carrera. Hasta el día de hoy, Carabajal no puede pasar por Dolores sin parar a comer un tostado en el bar del Plaza Hotel. Su relato:
Se vivían momentos turbulentos el final del verano de 1997. Especialmente, en Dolores que, desde mediados de febrero había sido invadida por periodistas, equipos técnicos de los móviles de exteriores de los canales de televisión de Buenos Aires, camarógrafos, fotógrafos, productores y choferes.
Pinamar había dejado de ser el centro de atención para la cobertura informativa de la investigación del homicidio de José Luis Cabezas. A partir de las detenciones de los primeros sospechosos, las novedades en el expediente tenían como origen los tribunales de Dolores. Especialmente en el despacho del juez José Luis Macchi.
Por este motivo, desde mediados de febrero hasta noviembre de ese año, los móviles de los canales de televisión estacionados frente al edificio de la avenida Belgrano se convirtieron, sin querer y de forma temporal, en parte del paisaje dolorense.
Gran parte de los técnicos y enviados especiales de los medios porteños se alojaron en el hotel Plaza. Para muchos de ellos, ese hotel fue su hogar durante casi un año. Allí, se dormía, se escribían las crónicas que se enviaban a Buenos Aires por FAX o a través del incipiente modem, al que había que conectarse y activar la opción de los pulsos o tono. La abismal diferencia radicaba en que, al usar la notebook en Buenos Aires o el resto del mundo, se requería el tono. Pero desde los hoteles del interior, con el sistema de pulsos para tarifar la llamada, la opción de tono quedaba inutilizada y la conexión se cortaba.
Hacerle entender esta simpleza a los técnicos en Buenos Aires se convirtió en una tarea ciclópea, para algunos periodistas que lo único que querían era mandar la crónica de lo ocurrido en la jornada porque el cierre de la edición acechaba en cada llamado del editor.
A esta presión había que sumarle otros factores de preocupación menos amigables: las amenazas que sufrimos algunos periodistas por parte de integrantes del entorno de Alfredo Yabrán, de funcionarios de la administración de Carlos Menem y de algunos policías bonaerenses que aparecieron nombrados en el expediente Cabezas.
Al vivir en Dolores, en mi caso particular resultaba casi imposible no hablar de otra cosa más que de los avances en la investigación y de lo que podría ocurrir con el caso.
En Dolores uno estaba las 24 horas inmerso en el caso Cabezas. Resultaba imposible abstraerse.
Pero hubo algunos momentos de distracción. Y siempre que puedo vuelvo a Dolores y especialmente al lugar que fue mi casa: el hotel Plaza. Allí, en la confitería, donde pasé cientos de mañanas desayunando y tardes compartiendo picadas con los colegas y con algunos amigos dolorense, permanece inalterable y erguida la figura de un personaje de esa época.
Siempre está. Pasaron los años y quedó ahí, en el mismo lugar. A un costado de la puerta de vidrio que permite el ingreso en la confitería. Se trata de la armadura medieval, una antigüedad adquirida por los dueños del hotel y fue colocada como elemento decorativo.
Pocos saben que ese objeto, de apariencia inerte, cobró vida durante la cobertura informativa del caso Cabezas. De un día para el otro, la armadura comenzó a tener un cigarrillo que sobresalía por una de las rendijas de la máscara de hierro. Otro día apareció con un vaso en la mano. No faltaron aquellos que le pusieron guantes o bufandas. También hubo quien le colocó anteojos opacos para que el sol de la mañana no lo cegara.
En una época donde resultaba común que al finalizar una llamada telefónica con el editor del diario o con el jefe de noticias del canal, el celular volviera a sonar y al atender se escuchara la grabación de la conversación que se había mantenidos segundos antes, también había un matiz surrealista.
El costado fantasioso y delirante de los días en Dolores estaba oculto en la antigua armadura de la confitería del hotel Plaza. Es que para que la armadura no se cayera, se montó sobre un maniquí. Este objeto proporcionaba la rigidez necesaria para que la armadura no se desplomara.
https://scontent.faep9-2.fna.fbcdn.net/v/t1.6435-9/117101902_3343721762352310_5015392029176866817_n.jpg?_nc_cat=106&ccb=1-5&_nc_sid=8bfeb9&_nc_eui2=AeEAx2U-H2ABNwxj8PXsBSTZEb5FGj2SZ-0RvkUaPZJn7XjX1FFIaxV0BihqUI9xst8&_nc_ohc=IDmCz5MeiUMAX-TrXb7&_nc_ht=scontent.faep9-2.fna&oh=9da216bdadcf29da3ef9c056e2acd8fe&oe=61775315Así fue que esa figura cobró vida en el universo surrealista que se vivía en esos días turbulentos. Ante la posibilidad de que hubiera espías que intervenían los celulares de los periodistas, surgió la fantasía de que el maniquí colocado dentro de la armadura era el Agente 13, un personaje de la serie Superagente 86.
En la ficción el Agente 13 era el compañero de Control, al que Maxwell Smart recurría para que le entregara información de la misión que debía concretar. Con la particularidad de que el Agente 13 de la ficción estaba escondido en los lugares más insólitos como buzones, lavarropas, heladeras o cafeteras.
Tan importante era el Agente 13 en la ficción que, uno como televidente, esperaba la aparición del personaje para ver dónde lo habían ocultado. Su participación era un diálogo corto con Maxwell Smart, pero muy gracioso. En la serie, el personaje interpretado por el actor David Ketchum, era sufrido y llevado al extremo de permanecer encerrado en lugares incómodos.
En la realidad de Dolores de 1997, el Agente 13 estaba confinado en una armadura. Es cierto, era un maniquí, pero en esos meses tomó vida en la imaginación de algunos periodistas.
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