Cada 7 de abril, la comunidad internacional celebra el Día Mundial de la Salud, instituido a partir de 1950 para conmemorar la fundación de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que tuvo lugar en 1948.
Todos los años se elige para esta jornada un tema de salud específico vinculado a poblaciones de todo el orbe. También se lanzan programas de promoción de salud que se despliegan más allá de la efeméride.
Este año la OMS lanzó una campaña para construir un mundo más justo y saludable, y ha solicitado a los líderes que lleven adelante políticas para generar condiciones de vida y trabajo que favorezcan la buena salud.
Según la OMS, el COVID-19 ha golpeado a unas personas con más dureza que a otras de forma injusta, lo que ha exacerbado las desigualdades en materia de salud y bienestar dentro de los países y entre las diferentes naciones. Por ello, ha decidido hacer 5 llamamientos urgentes a la acción para mejorar la salud de todas las personas.
En los países, la enfermedad y la muerte causadas por la COVID-19 han afectado en mayor medida a los grupos que sufren discriminación, pobreza y exclusión social, y han de hacer frente a diario a unas condiciones de vida y de trabajo sumamente adversas, en particular, en las crisis humanitarias. Se estima que el año pasado entre 119 y 124 millones de personas más se vieron arrastradas a la pobreza extrema a causa de la pandemia. Además, existen pruebas convincentes de que esta situación ha hecho que aumenten las diferencias entre hombres y mujeres en lo que respecta al empleo, ya que las mujeres han abandonado la población activa en mayor número que los hombres en los últimos 12 meses.
Esas desigualdades en las condiciones de vida de la población, los servicios de salud y el acceso al poder, el dinero y los recursos vienen de largo. A resultas de ello, las tasas de mortalidad de los niños menores de 5 años de las familias más pobres duplican las de los niños de las familias más ricas. La esperanza de vida de la población de los países de ingresos bajos es 16 años inferior a la de la población de los países de ingresos altos. Por ejemplo, nueve de cada diez muertes registradas en el mundo por cáncer cervicouterino se producen en países de ingresos bajos y medianos.
Ahora bien, la lucha que los países están librando contra la pandemia ofrece una oportunidad única con miras a reconstruir para mejorar y crear un mundo más justo y saludable, cumpliendo los compromisos adquiridos, aplicando las resoluciones y los acuerdos existentes y asumiendo otros compromisos nuevos y más audaces.
«La pandemia de COVID-19 se ha propagado favorecida por las desigualdades de nuestras sociedades y las deficiencias de nuestros sistemas de salud», dice el Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, Director General de la OMS. «Es fundamental que los Gobiernos inviertan en el fortalecimiento de sus servicios de salud y eliminen los obstáculos que impiden a tantas personas utilizarlos, a fin de que una mayor parte de la población tenga la oportunidad de disfrutar de una vida sana».
Los 5 llamamientos a la acción de la OMS:
1) Agilizar el acceso equitativo a las tecnologías contra la COVID-19 entre los países y dentro de ellos
Se han creado y aprobado vacunas seguras y eficaces a una velocidad sin precedentes. Ahora el reto reside en garantizar que estén disponibles para todos los que las necesiten. Para ello, será clave el respaldo adicional que reciba el mecanismo COVAX, el pilar de las vacunas del Acelerador del acceso a las herramientas contra la COVID-19 (Acelerador ACT), que se espera que en los próximos días haya llegado a 100 países y economías.
No obstante, las vacunas por sí solas no permitirán superar la crisis provocada por la COVID-19. Es imprescindible contar con productos básicos como el oxígeno médico y los equipos de protección personal, así como con pruebas de diagnóstico y medicamentos fiables. También es preciso disponer de mecanismos sólidos que permitan distribuir equitativamente todos esos productos dentro de las fronteras nacionales. Mediante el Acelerador ACT se pretende realizar pruebas diagnósticas y administrar tratamiento a cientos de millones de personas en los países de ingresos bajos y medianos que, de otro modo, se quedarían sin ellos. Con todo, todavía se necesitan US$ 22 100 millones para que esos instrumentos vitales se distribuyan allí donde se necesitan tan desesperadamente.
2) Invertir en atención primaria
Al menos la mitad de la población mundial sigue sin tener acceso a servicios de salud esenciales; más de 800 millones de personas emplean al menos el 10% de sus ingresos familiares en atención sanitaria, y los gastos por cuenta propia hunden en la pobreza a casi 100 millones de personas cada año.
A medida que los países vayan superando la crisis de la COVID-19, será fundamental evitar todo recorte en el gasto público destinado a la salud y a otros servicios sociales. Esos recortes podrían aumentar las dificultades a que se enfrentan los grupos desfavorecidos, socavar el buen funcionamiento del sistema sanitario, acrecentar los riesgos para la salud, agravar la presión fiscal en el futuro y poner en peligro los logros alcanzados en materia de desarrollo.
En su lugar, los Gobiernos deberían cumplir el objetivo recomendado por la OMS de destinar un 1% adicional del PIB a la atención primaria de salud. Los datos disponibles indican que los sistemas de salud centrados en la atención primaria de salud obtienen mejores resultados sanitarios de forma sistemática, aumentan la equidad y mejoran la eficiencia. La expansión de las intervenciones de atención primaria en los países de ingresos bajos y medianos podría contribuir a salvar 60 millones de vidas e incrementar la esperanza de vida media en 3,7 años de aquí a 2030.
Los Gobiernos también deben reducir el déficit mundial de profesionales sanitarios necesarios para alcanzar la cobertura sanitaria universal antes de 2030, que asciende a 18 millones de trabajadores. Ello implica crear al menos 10 millones de puestos de trabajo adicionales a jornada completa en todo el mundo y redoblar los esfuerzos en materia de igualdad de género. Las mujeres prestan la mayor parte de la asistencia sanitaria y social en todo el mundo, y representan hasta el 70% del personal sanitario y asistencial, si bien se les niega la igualdad de oportunidades a la hora de dirigir esa asistencia. Entre las principales soluciones figuran alcanzar una igualdad salarial que reduzca las diferencias salariales entre hombres y mujeres y el reconocimiento de las labores sanitarias no remuneradas que realizan las mujeres.
3) Priorizar la salud y la protección social
En muchos países, las repercusiones socioeconómicas de la COVID-19 derivadas de la pérdida de puestos de trabajo, el aumento de la pobreza, las alteraciones sufridas en el ámbito educativo y las amenazas a la alimentación son mayores que los efectos del virus en la salud pública. Algunos países ya han puesto en marcha planes de protección social de mayor alcance destinados a mitigar los efectos negativos generados por las dificultades sociales, y han iniciado un diálogo sobre cómo seguir prestando apoyo a las comunidades y a la población en el futuro. Sin embargo, son muchos los que se enfrentan a la dificultad de encontrar los recursos necesarios para llevar a cabo actuaciones concretas. Es fundamental garantizar que esas valiosas inversiones beneficien al máximo a los más necesitados y que las comunidades desfavorecidas participen en la planificación y ejecución de los programas.
4) Crear barrios seguros, saludables e inclusivos
Los dirigentes municipales han sido con frecuencia grandes promotores de la mejora de la salud, por ejemplo, mediante el mejoramiento de los sistemas de transporte y los servicios de abastecimiento de agua y saneamiento. Sin embargo, muy a menudo la falta de servicios sociales básicos en algunas comunidades hace que estas se vean atrapadas en una espiral de enfermedad e inseguridad. El acceso a una vivienda salubre, en barrios seguros, con servicios educativos y recreativos adecuados es esencial para lograr la salud para todos.
Por otra parte, el 80% de la población mundial que vive en condiciones de extrema pobreza se encuentra en zonas rurales. En la actualidad, ocho de cada diez personas que carecen de servicios básicos de agua potable viven en zonas rurales, al igual que siete de cada diez personas que carecen de servicios básicos de saneamiento. Es importante intensificar los esfuerzos para hacer llegar a las comunidades rurales los servicios de salud y otros servicios sociales básicos (en particular, el abastecimiento de agua y el saneamiento). Esas comunidades también necesitan urgentemente una mayor inversión económica en medios de vida sostenibles y un mayor acceso a las tecnologías digitales.
5) Fortalecer los datos y los sistemas de información sanitaria
Aumentar la disponibilidad de datos actualizados y de alta calidad, desglosados por sexo, riqueza, nivel educativo, origen étnico, raza, género y lugar de residencia, es fundamental para determinar dónde hay desigualdades y atajarlas. El seguimiento de las desigualdades en materia de salud debería formar parte de todos los sistemas nacionales de información sanitaria.
Según una evaluación de ámbito mundial realizada recientemente por la OMS, solo el 51% de los países prevén un desglose de los datos que publican en sus informes de estadísticas sanitarias nacionales. El estado de salud de los distintos grupos suele quedar desdibujado cuando se aplican las medias nacionales. Es más, a menudo son las personas vulnerables, pobres o discriminadas las que tiene más probabilidad de no aparecer en los datos.
«Ha llegado el momento de invertir en la salud como motor de desarrollo», declaró el Dr. Tedros. «No tenemos que elegir entre mejorar la salud pública, crear sociedades sostenibles, garantizar la seguridad alimentaria y una nutrición adecuada, hacer frente al cambio climático y generar economías locales prósperas. Todos esos resultados esenciales están estrechamente relacionados».
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