El Gobierno gana tiempo mientras la economía empieza a marcar límites
La crisis en el fútbol, la reforma laboral, la inflación que deja de bajar y los datos de la economía real configuran un escenario donde el Gobierno administra el tiempo, pero empieza a enfrentar los límites del calendario político y económico. Panorama político semanal.

Milei administra el tiempo y fragmenta conflictos, pero la economía real empieza a disputar el relato.
La crisis que envuelve al poder real del fútbol argentino y su despliegue mediático funcionó, para la Casa Rosada, como una ventana de oportunidad inesperada. No tanto por la relevancia institucional del conflicto en sí, sino por su capacidad de absorber atención pública en un momento particularmente sensible para el Gobierno nacional.
Mientras la agenda pública se desplazaba hacia la disputa deportiva y judicial, el Ejecutivo avanzó en el Congreso con un paquete de iniciativas cuyo eje es la reforma laboral, una de las reformas estructurales más resistidas por la CGT y el peronismo. “Ganar tiempo y que la atención se la lleve otro siempre es bueno”, admiten, sin rodeos, en los círculos de comunicación de La Libertad Avanza, según reconstruyó el periodista Santiago Fioritti en Clarín.
No se trata solo de una pulseada legislativa. Es, sobre todo, una carrera contra el calendario político y económico.
LA ECONOMÍA REAL EMPIEZA A DISPUTAR EL RELATO
Detrás del ruido coyuntural, el Gobierno acumula frentes abiertos. La escasez de dólares vuelve a presionar, el FMI insiste con advertencias recurrentes y los indicadores de la economía real comienzan a mostrar señales que ya no se diluyen en el discurso de la estabilización.
En los últimos veintidós meses cerraron casi 20 mil empresas y alrededor de 260 mil trabajadores perdieron su empleo formal, de acuerdo con datos oficiales de la Subsecretaría de Riesgos del Trabajo. Son números que erosionan de manera silenciosa, pero persistente, el principal activo narrativo del oficialismo: la idea de que el orden macroeconómico, por sí solo, alcanzará para recomponer expectativas.
INFLACIÓN: DE CAPITAL POLÍTICO A SEÑAL DE ALERTA
Durante el primer tramo de gestión, la baja sostenida de la inflación fue el principal capital político del presidente Javier Milei. El contraste con el 211% anual heredado del último año de la gestión de Alberto Fernández funcionó como argumento central para explicar tanto el respaldo electoral como el margen de tolerancia social frente al ajuste.
Sin embargo, ese activo empieza a mostrar señales de desgaste. En noviembre, la inflación registró un salto del 2,5%, el mayor incremento de los últimos siete meses. No se trata de un número explosivo, pero sí suficiente para encender luces amarillas en un Gobierno que había alimentado expectativas de registros con “uno adelante” o incluso inflación cero.
Milei había prometido que para agosto de 2026 la inflación estaría aniquilada. En los últimos tiempos, dejó de repetirlo. Y en política, lo que deja de decirse suele ser tan relevante como lo que se afirma.
EL TERCER AÑO Y LA LÓGICA DEL DESGASTE DEL PODER
En su libro La última encrucijada, el periodista Jorge Liotti describe una secuencia que hoy muchos actores del sistema político observan con renovada atención. Según esa lógica, los gobiernos atraviesan un primer año de asentamiento, con gabinetes que suelen conformarse de manera improvisada al filo de la asunción. El segundo año está marcado por la necesidad de revalidación electoral, lo que tensiona prioridades, gastos y decisiones estratégicas.
El desequilibrio que se genera en ese segundo tramo —ganen o pierdan— impacta de forma decisiva en el tercero, que es el que supuestamente está destinado a gobernar sin interferencias electorales. Y es allí donde, en muchos casos, los gobiernos colapsan: se quedan sin recursos, sin plan y sin financiamiento.
No se trata de un designio del destino, sino de un fenómeno que encuentra fundamento en años de estancamiento económico y desilusión social.
GOBERNAR EL TIEMPO, ENFRENTAR EL LÍMITE
La estrategia del oficialismo parece clara: administrar el tiempo, fragmentar conflictos, postergar definiciones estructurales. En el corto plazo, puede funcionar. Pero el calendario no es un actor neutral.
Las elecciones de medio término, la dinámica social y los datos de la economía cotidiana imponen ritmos propios. El Gobierno aún conserva activos relevantes: un núcleo duro convencido, una oposición fragmentada y un liderazgo presidencial que continúa marcando agenda. Pero enfrenta una novedad que desafía su propio discurso: la realidad empieza a disputar sentido.
Y cuando eso ocurre, la comunicación deja de ser apenas una herramienta de distracción para volver a ser, otra vez, política en estado puro.












